Según él mismo ha dejado escrito, había llegado a América, apenas nueve años después del primer viaje de Colón, y participado en la conquista violenta de los indios tainos. Ya como sacerdote, participó en la conquista de Cuba, realizada "a sangre y fuego". Recibió como pago de sus servicios, en el reparto, un grupo de indios que trabajaban para él. Durante 12 años, nos dice de sí mismo: estuve bien ocupado y cuidando mis granjerías, como los otros, enviando los indios de mi reparto a las mismas, a sacar oro y hacer sementeras, aprovechándome de ellos cuanto más podía".
En abril de 1.514, le pidieron que celebrara la Eucaristía y les predicara el Evangelio. Se preparó considerando las lecturas. Lo golpearon de tal manera, que no pudo celebrar la Misa. El texto que lo impactó, es del Libro del Eclesiástico, capítulo 34, versículos 18 al 22:
"Sacrificar cosas mal habidas, es ofrenda impura: a Dios no le agradan los presentes de los malvados. No se complace el Altísimo en ofrendas de los impíos; ni perdona los pecados por muy numerosas que sean las víctimas. Inmola un hijo ante los ojos de su padre, quien ofrece algo a Dios robándoselo a los pobres. La vida de los pobres depende del poco pan que tienen; quien se lo quita es un asesino. Mata a su prójimo quien le arrebata el sustento; vierte sangre quien le quita el salario al jornalero".
"Comencé -continúa el sacerdote- a descubrir la miseria y servidumbre que sufrían aquellas gentes (los indios). Aplicando lo uno (el texto bíblico) a lo otro (su propia situación), descubrió por sí mismo, convencido de la misma verdad, que era ceguera, injusticia y tiranía todo cuanto acerca de los indios se cometía" (De la Historia de las Indias, libro III, cap. 79).
Y Bartolomé de las Casas, que ése era el sacerdote, no celebró su misa. Descubrió de pronto que el "pan" que pensaba ofrecer había sido arrebatado a los pobres; que era asesinar a los indios arrebatarles el fruto de su trabajo. Y como estaba por "decirles misa", dijo a los españoles que "no se podían salvar" si trataban de esta manera a los indios. Vio el pan manchado de sangre.
Se cuenta de san Francisco Solano, que predicó el Evangelio en el Norte Argentino con su violín, y cuya imagen se descubre todos los días a los turistas en la quebrada de Humahuaca, que una vez lo invitaron a comer unos conquistadores. Al bendecir la mesa tomó un pedazo de pan y lo apretó en sus manos, y comenzó a salir sangre. Y que el santo dijo entonces: "esta sangre es la de los indios". Y se retiró sin comer bocado.
Quien ofrece entonces a Dios un pan robado al pobre, ofrenda a Dios la sangre, la vida, del pobre. El pobre (el indio), es el hijo. Y Bartolomé sintió que ofrecía al Padre la misma vida de su hijo, que "sacrificaba al hijo en presencia de su Padre". Cuando Bartolomé descubrió que el pobre era el indio... Cuando descubrió que él era el que explotaba al indio... Cuando descubrió que iba a ofrecer en la Eucaristía el pan robado a los pobres... no pudo celebrar más la eucaristía. Antes, liberó a sus indígenas el 15 de agosto de 1514, "y aunque no tenía un solo centavo, ni de dónde sacarlo, sino una yegua que podía vender... se propuso ir a Castilla y relatar al Rey lo que pasaba". Allí comenzó su entrega total por la justicia, que ocupará el resto de su vida, cincuenta y dos años de muchas persecuciones.
Y pudo volver a celebrar su eucaristía... porque ofrecía un pan que no arrebataba a los pobres. Ofrecía el pan de justicia, el pan -fruto de la tierra y del trabajo de los humanos- amasado con su trabajo en favor de los más pobres.
Dios no desea que se le ofrezca la vida del hijo asesinándolo en su presencia. Dios quiere la vida de sus hijos; lo que desea justamente como ofrenda es el trabajo por la vida de los que sufren: dar de comer al hambriento, devolver la vida al moribundo, incrementar la vida del que está perdiéndola, ése es el culto que ama el Altísimo. El culto eucarístico sólo puede ser recibido por el Padre, si es pan de justicia, pan que ha quitado el hambre, pan repartido y multiplicado para saciar el hambre de los hambrientos.
(Extractado de un artículo de Enrique Dussel,
"El pan de la celebración, signo comunitario de justicia", Concilium 172, pgs. 236 y ss)
"El pan de la celebración, signo comunitario de justicia", Concilium 172, pgs. 236 y ss)
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